Fragmentos y comentarios de algunas lecturas

domingo, 23 de diciembre de 2018

No amanece el cantor - José Ángel Valente

José Ángel Valente.   Fot.: Uly Martín

     A continuación podéis leer algunas de las prosas poéticas de No amanece el cantor de José Ángel Valente (1929-2000) tomadas desde su Poesía completa (Galaxia Gutenberg) editada e introducida por el también poeta Andrés Sánchez Robayna. Publicado por primera vez en 1992 y galardonado con el Premio Nacional de Poesía, No amanece el cantor -que incluye el ciclo poético Paisaje con pájaros amarillos- es uno de los poemarios más excepcionales entre los que escribió el poeta gallego; he añadido además una última prosa poética que pertenece a otro poemario de Valente titulado Cántigas de alén, que el poeta escribió en gallego y aparece además con la traducción al castellano de César Antonio Molina y el propio José Ángel Valente.

     También quiero comentar que esta entrada es la última publicación del blog en algún tiempo -no sé si se trata de una parada definitiva- y quiero dar las gracias a todos aquellos que en algún momento habéis pasado por aquí: Gracias.



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EL CUERPO del amor se vuelve transparente, usado como fuera por las manos. Tiene capas de tiempo y húmedos, demorados depósitos de luz. Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de ti, no busques el alba, no amanece el cantor.


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NO DEJÉIS morir a los viejos profetas pues alzaron su voz contra la usura que ciega nuestros ojos con óxidos oscuros, la voz que viene del desierto, el animal desnudo que sale de las aguas para fundar un reino de inocencia, la ira que despliega el mundo en alas, el pájaro abrasado de los apocalipsis, las antiguas palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre.

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VEO, veo. Y tú ¿qué ves? No veo. ¿De qué color? No veo. El problema no es lo que se ve, sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el color. No ver. La transparencia.

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EL ORO fatigado envuelto en sangre de las tierras del sur. Los perros vagabundos llegaban hasta el límite frío de los vientos para morir. Nadie habitaba ya el lugar incierto. Óxidos. Nadie. Los luminosos cuarzos amarillos incendiaba en su rápido descenso el sol. Después, la sombra como una antorcha helada en todos los caminos que llevan al vacío. La soledad hambrienta devora las figuras. Sube el silencio contra el cielo, enorme, como un grande alarido.

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SOY débil. No sé dónde apoyarme. Vacío está de todo ser el aire. No estás. No estoy. Qué giratorio cuerpo el de la nada.
(De Paisaje con pájaros amarillos)
 
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LENTAS siguen las lunas a las lunas, como cede la luz a la luz, los días a los días, el párpado tenaz al mismo sueño. Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido.

(De Paisaje con pájaros amarillos)

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Máscaras

 A Manolo Álvarez

     ¿Qué queda de las personas cuando la persona se disuelve, desaparece, vuela detrás del aire, de las cosas del día, del límite indeciso de la noche, de las demandas imperiosas de su prójimo, del ahora ya casi inexistente amor que un día abrasó el cielo, del horizonte infinito del desierto, de los ríos que son caminos que anduviesen para nunca llevarnos a lugar conocido, del ala de los pájaros, del tumefacto cuerpo devorado de un dios y de sus sacrificadores, del lugar de la llave y el tesoro escondidos, de ti y de mí, qué queda de la sombra?
     Quedaría tal vez un puñado inocente de muy breve ceniza y, debajo, el rescoldo, el residuo del fuego, que late aún, del ser que ha sido, del que aún será, del que no será nunca, del que jamás advino.
     Disolverse, dijiste, o nacer para siempre más allá de las máscaras.
(De Cántigas de alén)

lunes, 1 de octubre de 2018

Zona - Geoff Dyer

 El Profesor, Stalker y el Escritor

      Stalker es una película que ejerce una extraña fascinación sobre muchos espectadores, entre ellos el escritor británico Geoff Dyer, que la revisita con regularidad pese a que «no fue un ejemplo de amor a primera vista: la primera vez que vi Stalker me dejó algo aburrido e indiferente, [...] pero fue una experiencia que no pude quitarme de la cabeza. Algo que se me quedó dentro». Dirigida por Andréi Tarkovski y estrenada en 1979, Stalker ha acompañado a Dyer a lo largo de los años y la mejor forma de explicarse el por qué fue coger lápiz y papel, hacerse preguntas, darle vueltas, acceder a bibliografía relacionada, tomar notas, establecer conexiones,... y si uno es escritor como lo es Dyer, es posible que adivine entre  todo ese trabajo la posibilidad de escribir un ensayo y publicarlo... y ese libro fue finalmente Zona (ed. Random House), una obra que toma su título del escenario emblema de Stalker.

     Zona es un ensayo ligero, de tempo rápido, que avanza siguiendo las escenas de Stalker desde el principio del metraje hasta su final, pero en un formato espléndidamente libre, de tono cercano, buen sentido del humor y mucho espacio para la reflexión. En su lectura aprenderemos sobre el accidentado rodaje de la película, también de distintas impresiones sobre ella y su director, o de las reescrituras sin fin del guión a las que se vieron obligados Arkadi y Borís Strugatsky, pero Dyer presta especial atención a dos de las cuestiones en las que Stalker parece interpelarnos de forma más intensa: la percepción y el deseo.

     El paisaje de la Zona, lugar donde se desarrolla gran parte de la película, es uno de los más fascinantes de la historia del cine y cabe preguntarse por qué. Sus escenas se rodaron en los alrededores de dos plantas hidroeléctricas abandonadas a unos pocos kilómetros de Tallin, la capital de Estonia, un paisaje en el que el espectador tiene una acusada conciencia del tiempo y en el que la naturaleza parece reclamar lo que era enteramente suyo: cubre la maquinaria de vegetación, herrumbra vehículos, enmohece artículos obsoletos, erosiona los edificios,... La pregunta que se hace Dyer acerca del paisaje de la Zona es muy pertinente: «¿consideraría tan bello este paisaje de campos, coches abandonados, postes de telégrafo inclinados y árboles, sin Tarkovski?» Se abre así la reflexión sobre la percepción, sobre el desencantamiento del mundo que encuentra en la Zona su polo opuesto, un lugar aparentemente normal pero que precisa alerta y un inmenso respeto: «estamos en otro mundo que no es más que este mundo percibido con una atención sin precedentes». Dyer nos cuenta cómo Tarkovski trata de conseguir la atención plena del espectador, el efecto deseado de sus larguísimos planos, la razón de la posición de las cámaras y su casi imperceptible movimento, la importancia del viento y el agua en la película, pero también se dispara en distintas reflexiones conducido por citas, pensamientos y experiencias sobre una cuestión, como es la de la atención, muy central en la filosofía.

     Otro de los grandes temas de Zona como también lo es de Stalker, son los deseos. En el corazón de la Zona hay una habitación en la que el deseo más íntimo se hace realidad. Es allí hacia donde Stalker ha guiado al Profesor y el Escritor a lo largo de la película. Hay un matiz importante, la Habitación «lo revela todo: no consigues lo que crees desear, sino lo que en el fondo deseas». Y no es fácil. Quizás soterrado en lo hondo del inconsciente nuestro deseo más íntimo puede ser muy miserable, o tal vez increíblemente banal, pero en cualquier caso supone tal desnudo de nuestra esencia que entrar en la Habitación equivale a ver en un espejo lo que realmente somos. De nuevo Geoff Dyer da aquí a sus reflexiones un tono ingenioso y distendido en el que brilla aún más especialmente el humor, lo cual no debe hacernos olvidar todo su mérito y profundidad. Nos recuerda además a los lectores la importancia de una secuencia en la que la mujer de Stalker habla directamente a cámara y que Tarkovski consideraba el corazón de la película y su lección definitiva.

     La atención y los deseos son temas centrales en Zona pero no son los únicos. Dyer también nos habla de la percepción del tiempo, la fe, el amor, la esperanza... y me ha gustado además una breve reivindicación del trabajo y la reflexión sobre el arte del que este ensayo es un maravilloso ejemplo. Y es que me ha encantado Geoff Dyer, tanto en la forma como en la intención, un escritor al que no conocía pero con el que me reencontraré en próximas lecturas.

Fotograma de Stalker (1979)