
El talento del filósofo francés Jean Luc Nancy se derrama sobre sus libros a cada ocasión, incluso en aquellos textos más breves dedicados a una circunstancia puntual como es el caso de Embriaguez, escrito para un encuentro organizado en los viñedos alsacianos de Ribeauvillé, una localidad próxima a la Universidad de Estrasburgo donde Nancy es profesor emérito de filosofía. El acierto de publicarlo corresponde a la Editorial Universidad de Granada, y tanto el prólogo como la excelente traducción son obra de Cristina Rodríguez Marciel y Javier de la Higuera.
Jean Luc Nancy inicia Embriaguez con la siguiente reflexión de Baudelaire:
Es menester estar siempre borracho. Todo se reduce a eso: es lo único importante. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que os destroza los hombros y os encorva hacia la tierra, es menester que os emborrachéis sin tregua. Sí, y ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo. Pero embriagaos.
En Embriaguez Nancy no deja de ir de la mano del vino y se detiene con lucidez en el beber, pero la cita de Baudelaire apunta, ya desde el inicio del libro, a una querida apertura de significados desde la que el filósofo presta más atención a la embriaguez entendida como impulso y auge del espíritu que a la embriaguez entendida como borrachería. Para Nancy la sobriedad permanente no es una opción deseable: «el
estricto rechazo de la embriaguez no deja de manifestar un rechazo,
incluso una ignorancia de la existencia y de la proximidad de un afuera y
de una ruptura del dique por donde todo eso puede discurrir», y es la suya una invitación a la embriaguez en sentido abierto: de vino, poesía, virtud, y de todo aquello que nos lleve al goce, a la alegría como la definía Spinoza, «paso de una perfección menor a una más grande». Esta invitación de Nancy que empapa cada página del libro es sencillamente bellísima, y lo es gracias a su extraordinario talento como escritor: balancea el texto entre el discurso sobrio y el ebrio, lo racional y lo pasional, recorremos textos y poesías de otros autores y juega con repeticiones y pequeñas variaciones para crear un sensación envolvente y embriagadora.
Leyendo la cita de Baudelaire también podemos advertir aquello que tiene de incómodo: la embriaguez como tentación para olvidar, escapar, «para no sentir el horrible fardo del Tiempo». Nancy reflexiona sobre la liberación, ligereza y sublimidad que otorga la embriaguez pero también sobre la dependencia, la pesadez y la declinación, y recordará a Sócrates, «un asombroso bebedor que permanece dueño de sí y que, de esta manera, entra en una más alta ebriedad». Identifica esta ebriedad socrática con el goce, o lo que es lo mismo y esto es crucial, con «la identidad dada en el abandono», y la relaciona con la verdad donada (la del vino y la de los niños) que reconocemos sin vacilar cuando nos desligamos de encubrimientos «causados por la preocupación, el proyecto, la acción, todo lo que confunde la verdad con la ejecución de un proceso». Sin embargo, lo más esencial en Embriaguez es la escritura de Nancy relacionada con lo absoluto, con el afuera y el afuera que existe en nosotros, con lo independiente que depende enteramente de nosotros, de nuestra apertura, y bien podemos embriagarnos con el afuera o bien podemos retirarnos e ir embebidos en nosotros mismos. Lo independiente depende de nosotros pero, más aún, nosotros dependemos de lo independiente.
Como bien señala el prólogo de la obra "Embriaguez es un libro irrigado, empapado y chorreante del pensamiento de Jean Luc Nancy", un libro en el que merece la pena detenerse, que bien merece relecturas y que también es uno de los textos breves más inspirados que he tenido la oportunidad de leer del filósofo francés; un libro que Jean Luc Nancy inicia con una cita de Baudelaire y que finaliza con Marcel Proust:
Bien sé que se me objetará la vieja muletilla de Augier: "¡Qué importa el frasco, con tal que se emborrache uno!" Puede que Roberto haya conseguido la borrachera, pero la verdad es que no ha dado prueba de buen gusto al escoger el frasco.
Leyendo la cita de Baudelaire también podemos advertir aquello que tiene de incómodo: la embriaguez como tentación para olvidar, escapar, «para no sentir el horrible fardo del Tiempo». Nancy reflexiona sobre la liberación, ligereza y sublimidad que otorga la embriaguez pero también sobre la dependencia, la pesadez y la declinación, y recordará a Sócrates, «un asombroso bebedor que permanece dueño de sí y que, de esta manera, entra en una más alta ebriedad». Identifica esta ebriedad socrática con el goce, o lo que es lo mismo y esto es crucial, con «la identidad dada en el abandono», y la relaciona con la verdad donada (la del vino y la de los niños) que reconocemos sin vacilar cuando nos desligamos de encubrimientos «causados por la preocupación, el proyecto, la acción, todo lo que confunde la verdad con la ejecución de un proceso». Sin embargo, lo más esencial en Embriaguez es la escritura de Nancy relacionada con lo absoluto, con el afuera y el afuera que existe en nosotros, con lo independiente que depende enteramente de nosotros, de nuestra apertura, y bien podemos embriagarnos con el afuera o bien podemos retirarnos e ir embebidos en nosotros mismos. Lo independiente depende de nosotros pero, más aún, nosotros dependemos de lo independiente.
Como bien señala el prólogo de la obra "Embriaguez es un libro irrigado, empapado y chorreante del pensamiento de Jean Luc Nancy", un libro en el que merece la pena detenerse, que bien merece relecturas y que también es uno de los textos breves más inspirados que he tenido la oportunidad de leer del filósofo francés; un libro que Jean Luc Nancy inicia con una cita de Baudelaire y que finaliza con Marcel Proust:
Bien sé que se me objetará la vieja muletilla de Augier: "¡Qué importa el frasco, con tal que se emborrache uno!" Puede que Roberto haya conseguido la borrachera, pero la verdad es que no ha dado prueba de buen gusto al escoger el frasco.
En busca del tiempo perdido 3. El mundo de Guermantes
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| Viñedos en la región de Alsacia. Fot.: Clara Tuma para The New York Times |
