
Pierre Hadot (1922-2010) fue un filósofo francés que ocupó la cátedra de Historia del Pensamiento Helenístico y Romano del Colegio de Francia. Editor y traductor de numerosas obras clásicas, fue además autor de varios ensayos en los que demuestra ser un escritor claro, un agudo intérprete y poseer una sobresaliente vocación didáctica. Hace unos meses tuve la oportunidad de leer su sensacional obra ¿Qué es la filosofía antigua? (Ed. FCE) y desde entonces vengo insistiendo en la lectura de sus libros, entre ellos La ciudadela interior, un amplio y cuidadísimo estudio de las Meditaciones de Marco Aurelio recientemente editado por Alpha Decay, que es además una profunda aportación al conocimiento de la filosofía estoica del siglo II d.C.
Pierre Hadot defiende en sus obras una interpretación de la filosofía antigua como forma de vida y elección de vida, una filosofía como práctica vivencial que guarda dos polos indisolubles: discurso y práctica. Todas las escuelas filosóficas de la Antigüedad denunciaron el peligro que corre el filósofo de enredarse en uno de dichos polos, el discurso, creando finalmente un sistema que carece de anclaje en la realidad, que se habla pero no se vive, ya que «existe un abismo entre las bellas sentencias y la verdadera decisión de cambiar de vida, entre las palabras y la toma de conciencia efectiva o la transformación real de sí mismo». Pierre Hadot suele citar a menudo textos que se refieren a esta problemática de la filosofía; especialmente recurrente es el siguiente de Kant:
«Los antiguos filósofos griegos, como Epicuro, Zenón, Sócrates, etc., se mantuvieron más fieles a la verdadera Idea del filósofo que lo que se ha hecho en los tiempos modernos.
-¿Cuándo vas a empezar a vivir virtuosamente? -decía Platón a un anciano que escuchaba lecciones acerca de la virtud-. No se trata de especular constantemente, sino que hay que pensar asimismo de una buena vez en la aplicación, pero hoy día se considera soñador al que vive de una manera conforme a lo que se enseña.»
La filosofía Antigua es, en la interpretación de Hadot, ejercicio, y su fin es terapéutico: «la escuela del filósofo es una clínica» decía Epicteto, «uno debe ver lo útil en el sentido de lo que cura, esto es, lo que lleva al ser humano a sí mismo» afirmaba también Heidegger siglos después. Los ejercicios filosóficos trataban de liberar del temor ante cosas que no deben temerse y del deseo de cosas que no es preciso desear para alcanzar así la coherencia y la serenidad. Será preciso entonces realizar ejercicios espirituales que son ejercicios de presencia, espirituales en un sentido de absoluta movilización de nuestros recursos, no tan sólo del pensamiento, también sensibilidad, retórica, memoria, imaginación, razón y deseo son requeridos en el sentido más fuerte de la palabra. Se trata pues de impregnarnos de ciertas reglas vitales y hacerlas nuestra «naturaleza» en un asentimiento real, no tan sólo conceptual.
Quizás el mayor de los propósitos que recorre las obras de Pierre Hadot es comprobar cómo, desde discursos e ideales de sabiduría en ocasiones muy diferentes, las distintas escuelas de la Antigüedad practicaron ejercicios similares para asegurar un progreso espiritual: disciplinar nuestros deseos y acciones, vivir el presente, practicar visualizaciones, tener presente la inminencia de muerte, exámenes de conciencia,... Vista de esta manera, la práctica de la filosofía va más allá de las oposiciones entre las filosofías particulares, es esencialmente un esfuerzo de tomar conciencia de nosotros mismos, de nuestro estar en el mundo, de nuestro estar con los otros, un esfuerzo también de «volver a aprender a ver el mundo» tal y como lo expresaba Merleau-Ponty, superando la percepción utilitaria y alcanzar una percepción más desinteresada y plena.
Ocurre que las reglas de vida que en ocasiones tratamos de imponemos y la mejor de nuestras disposiciones saltan de continuo por los aires debido a las rutinas, problemas y temores del día a día. Además, las reglas de vida no pueden asumirse de una vez para siempre. Es decisivo tomar los ejercicios filosóficos como una gimnasia que siempre se debe revisitar y las Meditaciones de Marco Aurelio responden a esa necesidad de reavivar y reactualizar, de recordarse a uno mismo los principios vitales que resguardan la coherencia de nuestro pensamiento y acciones.
Ocurre que las reglas de vida que en ocasiones tratamos de imponemos y la mejor de nuestras disposiciones saltan de continuo por los aires debido a las rutinas, problemas y temores del día a día. Además, las reglas de vida no pueden asumirse de una vez para siempre. Es decisivo tomar los ejercicios filosóficos como una gimnasia que siempre se debe revisitar y las Meditaciones de Marco Aurelio responden a esa necesidad de reavivar y reactualizar, de recordarse a uno mismo los principios vitales que resguardan la coherencia de nuestro pensamiento y acciones.
Así, La ciudadela interior es un libro dedicado al estudio de las Meditaciones de Marco Aurelio, pero también atiende a la formación del filósofo-emperador, la forma en la que su obra ha llegado hasta nosotros, y es importante el espacio que dedica a contextualizar la obra de Marco Aurelio dentro de la filosofía estoica, marcada profundamente en la época por la figura de Epicteto. Encuadra además las Meditaciones en un tipo de escrito bastante extendido por entonces denominado "hypomnéma", que Marco Aurelio escribía «para sí mismo, en el día a día y según una forma literaria muy refinada» con la intención de «reactualizar y reavivar sin cesar un discurso interior coherente, un estado interior de claridad y apertura que corre el riesgo constante de adormecerse y apagarse. Para despertar esta intensidad no basta con releer lo que ya se ha escrito. Las páginas escritas están muertas. Lo que cuenta es formular de nuevo». Se trata pues de resguardar un estado interior de serena intensidad asumiendo unas reglas de vida esenciales, que Marco Aurelio formula y reformula en un lenguaje propio siguiendo unas reglas que aseguren la eficacia de la escritura para volver a persuadirse, realizar esa llamada a la presencia y a la toma de distancia que es la escritura y volver a ella en un «ejercicio diario, siempre renovado, siempre retomado y siempre por retomar», buscando una capacidad de percepción más verdadera y justa, un pensamiento recto y una acción desenvuelta pero prudente.
Participamos así, gracias a La ciudadela interior y a las Meditaciones, en los esfuerzos de Marco Aurelio «por hacer lo que en el fondo intentamos todos: vivir en plena conciencia, en plena lucidez, dar toda la intensidad a cada uno de sus instantes, un sentido a la vida entera». Para ello, salvo en un primer libro de agradecimientos, Marco Aurelio tratará de formular y reformular continuamente las tres disciplinas o movimientos del alma en distintas combinaciones: la disciplina del juicio, que vincula a la capacidad de realizar juicios auténticos y despojar a los objetos y acontecimientos de los falsos valores que solemos atribuirles; la disciplina del deseo, que supone dejarse seducir por lo que nuestra propia Naturaleza -Razón- quiera que hagamos, en la medida en la que nuestra Razón participa de la Razón Universal y, por último, la disciplina de la acción, que consiste en preservar la coherencia en nuestros actos y en comprometer la propia responsabilidad, preguntándonos a qué fin se refieren nuestra acciones y a que tomemos conciencia de nuestra verdadera intención a fin de no convertirnos en marionetas, así, «la irreflexión se opone a la seriedad, que es actuar con todo el corazón».
Clarifica además Pierre Hadot, los ejercicios que consistían en rechazar sucesivamente los círculos que envuelven el «yo», ejercicios que Marco Aurelio utiliza para delimitarse a sí mismo, para crear una ciudadela interior que no es otra cosa que tomar conciencia de «las cosas que se han apegado a nosotros pero que ya apenas distinguimos de nosotros porque nos hemos apegado a ellas». También da cuenta de la relación existente entre la delimitación del yo y la delimitación del momento presente. Tan sólo el presente es el espacio de la libertad y la acción, y asumirlo plenamente supone una transformación absoluta de la conciencia de nosotros mismos, de la relación con nuestro cuerpo y con los otros, de nuestra actitud respecto al pasado y al porvenir.
Clarifica además Pierre Hadot, los ejercicios que consistían en rechazar sucesivamente los círculos que envuelven el «yo», ejercicios que Marco Aurelio utiliza para delimitarse a sí mismo, para crear una ciudadela interior que no es otra cosa que tomar conciencia de «las cosas que se han apegado a nosotros pero que ya apenas distinguimos de nosotros porque nos hemos apegado a ellas». También da cuenta de la relación existente entre la delimitación del yo y la delimitación del momento presente. Tan sólo el presente es el espacio de la libertad y la acción, y asumirlo plenamente supone una transformación absoluta de la conciencia de nosotros mismos, de la relación con nuestro cuerpo y con los otros, de nuestra actitud respecto al pasado y al porvenir.
En suma, La ciudadela interior es un trabajo sensacional de lectura y exégesis de las Meditaciones de Marco Aurelio, pero también me parece un libro un tanto abrumador que carece de la frescura de otras obras del filósofo francés. Es prácticamente inevitable que así sea porque, tal y como desea Pierre Hadot, la lectura del libro es también un ejercicio en el que caben muchas repeticiones e insistencias, además de distintas aproximaciones a los mismos temas, con el objeto de que la investigación acabe por volverse, como decía Aristóteles, perfectamente familiar y connatural al lector.
«La mayoría imagina que la filosofía consiste en discutir desde lo alto de una cátedra y profesar cursos sobre textos. Pero lo que no llega a comprender esa gente es la filosofía ininterrumpida que vemos ejercer cada día de manera perfectamente igual a sí misma [...]
Sócrates no hacía disponer gradas para los auditores, no se sentaba en una cátedra profesional; no tenía horario fijo para discutir o pasearse con sus discípulos. Pero a veces, bromeando con ellos o bebiendo o yendo a la guerra o al Ágora con ellos, y por último yendo a la prisión y bebiendo el veneno, filosofó. Fue el primero en mostrar que, en todo tiempo y lugar, en todo lo que nos sucede y en todo lo que hacemos, la vida cotidiana da la posibilidad de filosofar.»
Plutarco
