Fragmentos y comentarios de algunas lecturas

viernes, 27 de septiembre de 2013

Sueños robados. El baloncesto yugoslavo - Juanan Hinojo



      Soy aficionado al baloncesto desde hace muchos años y las publicaciónes editoriales sobre este deporte siempre me llaman la atención, más aún si el autor del libro es Juanan Hinojo, un habitual del foro ACB donde escribía las siguientes palabras para presentarlo:

       «Sueños Robados es un libro sobre el baloncesto de la antigua Yugoslavia. Los protagonistas son los miembros de la última generación que dominó Europa a finales de los ochenta y principios de los noventa: Petrovic, Kukoc, Divac, Radja, Djordjevic, Danilovic, Zdovc… pero no sólo ellos. El libro intenta glosar un baloncesto y una época. Lo que sucedía en la liga yugoslava, los torneos de selecciones, los acontecimientos sociopolíticos que se desencadenaban de manera simultánea. El crecimiento de ese grupo, sus éxitos y fracasos particulares. La revolución que protagonizaron mientras un país estaba mutando en muchos. 

      Al mismo tiempo, el libro intenta cuestionarse el cómo y el porqué de un fenómeno de ese tipo. 22 millones de habitantes, muy lejos del potencial humano de la URSS o Estados Unidos, pero competencia directa de ambos. Para indagar en los orígenes, en las interrelaciones entre entrenadores, en la filosofía baloncestística del kosarka, en los motivos y consecuencias de todo un sistema deportivo, he entrevistado a muchos jugadores, entrenadores y periodistas que vivieron aquel período. Protagonistas directos, gente que convivió con ellos como compañeros, rivales enconados. No es un libro de entrevistas, eso que quede claro. Pero cuando tienes ochenta horas de grabación, mucha de esa información ha de verse plasmada en el libro, ya sea de forma directa al poner en boca del entrevistado su reflexión, o de forma indirecta, utilizando esa información para rellenar aspectos de la historia que quedaban incompletos y de los que nunca se ha sabido. Y anécdotas, claro. Muchas anécdotas.

      Por si a alguien le interesan los nombres concreto a los que he entrevistado, y por orden alfabético, son: Samir Avdic, Manel Bosch, Drazen Dalipagic, Predrag Danilovic, Aleksandar Djordjevic, Roberto Dueñas, Miguel Ángel Forniés, José Luis Galilea, Dusko Ivanovic, Zeljko Jerkov, Bozidar Maljkovic, Josep Maria Margall, Ferran Martínez, Ettore Messina, Juanan Morales, Miquel Nolis, Zeljko Obradovic, Sreten Pantelic, Luka Pavicevic, Svetislav Pesic, Aza Petrovic, Franco Pinotti, Dino Radja, Sergio Scariolo, Petar Skansi, Nacho Solozábal, Neven Spahija, Vladimir Stankovic, Zan Tabak y Ranko Zeravica.»

     Por el conocimiento previo de su autor esperaba mucho de la lectura de Sueños robados, seguro que era una obra seria, trabajada y de muy buen criterio...y lo es sin duda, pero estoy realmente sorprendido porque no imaginaba además una obra tan ambiciosa. Juanan persigue el por qué y el cómo del éxito yugoslavo en el baloncesto ejerciendo más como investigador que como cronista, y llega muy lejos al intentar responder a todas las pregunta que plantea sabiendo que la realidad no se traza en cuatro cómodas líneas. La planificación de los capítulos para que hechos, comentarios y citas ayuden a profundizar está muy bien conseguida, además logra dar vuelo a los temas a la vez que los mantiene sujetos para que el texto no divague, algo realmente difícil en una obra que intenta ahondar tanto y hay tantas ganas de incluir material que no acaba de ajustar.

      También me parece muy acertada la distribución de los espacios en el libro. Aunque la investigación y la historia general del baloncesto del país es su parte fundamental, el autor da una especial importancia a la llamada generación de Bormio, la liga yugoslava de la segunda mitad de los ochenta y el trienio de oro de la selección nacional, que es en suma la culminación de la investigación de la obra y posiblemente también su primerísimo germen: un niño alucinado por lo que ve. Si comienzo a enumerar citas y textos que enriquecen el libro no acabo... palabras del carácter de Slavnic, Djorjevic o Kikanovic, Partizan vs Jugoplastika, Avdic, jazz y juego libre, Messina, Zeravika, Morales sobre Obradovic, múltiples sobre dedicación y horas de trabajo... fantásticas todas.

     En el libro también se lee el trabajo, horas dedicadas y quebraderos de cabeza que requiere crear un libro como Sueños robados. Así, mi opinión sobre el libro no puede ser mejor, más cuando en España no hay una cultura previa en obras de baloncesto de este nivel y es ahora cuando empiezan a crearse unos cimientos que espero lleguen muy alto en el futuro, pero en este paisaje prácticamente virgen Juanan Hinojo ha creado un libro extraordinario.

Dino Radja y Toni Kukoc.   Fot.: Cropix

* Esta entrada se publicó originalmente en abril de 2011 y fue trasladada aquí, ligeramente modificada, tras una remodelación del blog

sábado, 21 de septiembre de 2013

El imperio de lo feo - Simon Leys



     Pierre Ryckmans, que publica sus obras con el seudónimo de Simon Leys, es crítico literario, novelista, ensayista, riguroso traductor de textos clásicos chinos y un enamorado del mar. También es uno de los autores más deliciosos y entretenidos que he tenido el placer de leer. En La felicidad de los pececillos. Cartas desde las antípodas (Ed. Acantilado) reúne las crónicas que publicó durante dos años en Le Magazines Littéraire, así como algunas más antiguas aparecidas en otras revistas. El resultado es un librito iluminador y variado, deliciosamente erudito, de voz amable pero también crítico y punzante. Su breve artículo titulado El imperio de lo feo me impresionó muy especialmente.


El imperio de lo feo


          «Los indios de la costa del Pacífico eran atrevidos navegantes. Tallaban sus grandes piraguas de guerra en el tronco de uno de esos cedros gigantes cuyos bosques cubrían todo el noroeste de América. La construcción comenzaba por una ceremonia ritual al pie del árbol elegido, para explicarle la necesidad urgente que tenían de talarlo, y pedirle perdón por ello. Cosa curiosa, en el otro extremo del Pacífico, los maoríes de Nueva Zelanda hacían piraguas parecidas ahuecando el tronco de los kauri; y también allí la tala era precedida de una ceremonia propiciatoria para obtener el perdón del árbol.

        Unas costumbres tan exquisitamente civilizadas como éstas deberían avergonzarnos. Tal fue mi sentimiento la otra mañana; me habían despertado los chirridos de una sierra mecánica que trabajaba en el jardín de mi vecino, y, desde mi ventana, pude ver cómo éste –aparentemente sin haber hecho ninguna ceremonia previa- dirigía la tala de un magnífico árbol que daba sombra a nuestro rincón desde hacía medio siglo. Las grandes aves anidaban en sus ramas (una variedad de cuervos desconocida en el hemisferio Norte y que, lejos de graznar, tienen un canto prodigiosamente melodioso), espantadas por la destrucción de su hábitat, revoloteaban en vuelos frenéticos, lanzando desgarradores chillidos de alarma. Mi vecino no es un mal tipo, y nuestras relaciones son perfectamente corteses, pero me hubiera gustado cuando menos saber la razón de su sorprendente vandalismo. Intuyendo sin duda mi curiosidad, me anunció alegremente que sus arriates tendrían en adelante más sol. En su Diario, Claudel menciona una explicación parecida dada por un vecino suyo de campo que acababa de talar un olmo secular por el que el poeta sentía apego: «El árbol ese daba sombra y estaba infestado de ruiseñores».

        La belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo. La administración de servicios públicos que hace pasar una autopista por en medio de Stonehenge, o una vía férrea a través de las ruinas de Villers-la-Ville, el monje que le prende fuego al Kinkakuji, el municipio que transforma la iglesia abacial de Cluny en una cantera de piedras, el energúmeno que lanza un bote de pintura acrílica al último autorretrato de Rembrandt, o el que ataca con un martillo la madona de Miguel Ángel, obedecen todos ellos, sin saberlo, a una misma pulsión.
 
        Un día, hace ya tiempo, un pequeño percance me hizo intuirlo. Estaba escribiendo en un café; como a muchos perezosos, me gusta sentir la animación en torno a mí cuando se supone que trabajo, lo que me produce una ilusión de actividad. Por eso el ruido de las conversaciones no me molestaba, ni siquiera la radio que bramaba en un rincón; había vomitado ininterrumpidamente durante toda la mañana melodías de moda, cotizaciones de Bolsa, música de fondo, resultados deportivos, una charla sobre la fiebre aftosa de los bovinos, de nuevo melodías, y todo ese batiburrilo auditivo manaba como agua caliente que se escapa de un grifo mal cerrado. ¡De pronto, milagro! Por una razón inexplicable, esta vulgar rutina radiofónica dio paso sin solución de continuidad a una música sublime: los primeros compases del quinteto para clarinete de Mozart se enseñorearon de nuestro pequeño espacio con serena autoridad, transformando ese café en una antesala del Paraíso. Pero no se puede decir que los otros clientes, ocupados hasta ese momento en charlar, jugar a las cartas o leer la prensa, fuesen sordos: al oír aquellos acentos celestiales, se miraron estupefactos. Pero su desazón no duró más de unos segundos: para alivio de todos, se levantó resueltamente uno de ellos, fue a girar el mando de la radio y cambió de emisora, restableciendo así una oleada de ruido más familiar y tranquilizador, que cada uno pudo ignorar de nuevo tranquilamente.
 
        En ese momento se me impuso una evidencia que no me ha abandonado jamás desde entonces: los verdaderos filisteos no son una gente incapaz de reconocer la belleza, pues claro que la reconocen y muy bien, la detectan al instante, y con un olfato tan infalible como el del esteta más sutil, pero es para poder caer inmediatamente sobre ella con el fin de ahogarla antes de que pueda entrar en su universal imperio de fealdad. Pues la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto o la estupidez no son fruto de simples carencias, sino de otras tantas fuerzas activas, que se afirman furiosamente a la menor oportunidad, y no toleran ninguna excepción a su tiranía. El talento inspirado siempre es un insulto a la mediocridad. Y si esto es cierto en el orden estético, aún lo es más en el moral. Más que la belleza artística, la belleza moral parece tener el don de exasperar a nuestra triste especie. La necesidad de rebajarlo todo a nuestro miserable nivel, de mancillar, burlarse y degradar todo cuanto nos domina por su esplendor es probablemente uno de los rasgos más desoladores de la naturaleza humana.»